Cerré los ojos para ver en el medio de la tormenta el color del caos.
Era una tonalidad pálida, casi muerta.
Duele y siento cómo en medio del corazón,
alguien jala de un punto,
destejiéndome como tejido de punto de arenas movedizas.
Cierro los ojos y estoy sintiéndolo
con todo mis sentidos
en la manera más aguda posible.
Nunca pensé poder sentir semejante dolor.
Veo negro y veo rojo
y me veo quebrada,
sosteniéndome sola
sobre mis propias piernas frías de tanta guerra.
Ordené la verdad.
Exigí la verdad.
Supliqué por verdad.
Y no me queda más que aceptar las consecuencias.
"La verdad los hará libres"
y anhelo la dicha de esa libertad.
¿Cómo es que me perdí en mis propios fundamentos
que me permitiesen soportar este dolor?
No lo había conocido jamás,
no conoceré alguno peor.
Son dos partes de mí,
jalan y me destejo más, y más
y me veo sumergida en un agujero.
Supuse Dios sabría lo que yo no veo,
supuse Dios me regalaría lo que hoy no tengo.
Me miro a mí misma,
me reflejo en el cristal sucio de esta casa en llamas;
me miro envuelta en rojo angustia,
veo mi alma en la miel sufrida de mis luces delanteras
y la quiero abarazar.
Ocurre que no tengo certeza alguna
de nada.
Ocurre que se están comiendo
el fuero interno de mi persona.
Y es que nos habíamos estado refugiando
en la otredad segura
hasta que el otro fuimos todos estos
y nosotros mirando desde abajo,
viendo todo caerse
vomitamos agua, ahogados en el silencio insano
de la esperanza ciega de un mejor mañana.