Lo escucho sonar suavemente,
reproduciéndose casi imperceptiblemente,
oculto en el murmullo producido por mis ondas nerviosas capilares.
Lo escucho cuestionándome
decisiones pasadas,
lo escucho persiguiéndome
como hojas amarillas al paso de la atmósfera otoñal.
Escucho su tic, su tac.
Lo escucho sonar
desde los confines más profundos
de lo que fue guardado una vez en una caja de cristal.
Escucho su tic, su tac.
Escucho a sus agujas
como los labios que piden ser besados
en la frialdad racional
de este invierno paralítico.