
Las aves aletean sordos ruidos que elevan hacia el sol mechones de su pelo rubio ceniza; y así como el viento sopla en la átmosfera, sopla en su corazón su verdaro yo que galopa cual corsel indomable. Ella es en verdad una mezcla de pureza prohibida, como cereza y manzana, y un fuego rebelde mágicamente atrapante. Es peligro aún en su pura virginalidad, donde nadie se atreve a tocar el tercipelo de su capazón ni su alma de cristal. Ella se ama y se odia, y luego se siente neutral; ella no conoce los ojos del otro en la otredad. Entonces ríe y alega una indeferencia segura en ese capazón magistral que huele a deseo y a lejanía; que huele a manzana deliciosa y a valentía y huele a temor e inseguirdad especiado con soledad angelical. Y ríe; y cuando ríe... Cuando ríe, nada más queda por decir.